miércoles, 20 de marzo de 2013

TP2


Los ojos son el espejo del alma


Me acuesto sobre el colchón y apoyo mi cabeza sobre la almohada mullida. Los llamadores de ángeles hacen su trabajo en la parte de atrás de la casa, donde suenan las hojas de los árboles y el soplar del viento hace eco. El tintineo no para, mi prima ronca a mi lado; un motor se escucha pasar rugiendo, supongo que es un auto. La televisión se descarga, se abre una puerta e inmediatamente se vuelve a cerrar de un golpe. Llaves, la batería descargada de algún teléfono celular, un objeto que cae al piso y retumba en la habitación contigua.
Pasos, mi padre abre la puerta del comedor tratando de no hacer ruido, pero lo hace. Cree que duermo. Las llaves son apoyadas sobre cualquier estante.
Llueve, las gotas retumban en alguna chapa perdida, o en algún tipo de metal. Truena, parece rajarse la tierra; la gente grita en el exterior, deben estar mojándose. Unos se refugian bajo el alero de mi puerta de entrada, los escucho hablar, están cerca, pero no reconozco las palabras. Agudizo mi oído, hablan del agua, de lo inundada que está la calle, de las alcantarillas que no dan abasto; truena nuevamente, el gato maúlla y se mete debajo de la mesa.
Es tal el silencio, que escucho mi respiración y mi corazón latir. Las gotas van mermando, parecen chasquidos. Por ahí atrás hay sapos croando, grillos y algún pájaro asustado entre los árboles. Alguien tiró la cadena del baño, el agua corre entre los caños. Mi padre habla con mi madre, acostada ya, y le pregunta en voz baja, casi susurrando, si le fue bien en el trabajo; mas no logro comprender lo que ella contesta.
Del otro lado de la pared hay una televisión encendida y se oye música en volumen bajo. Me sumerjo en ella, persigo el orden de cada nota, de cada compás; mi mente navega y parece cantar la canción que suena. Mi cuerpo se introduce en el colchón, siento cada vértebra apoyada sobre él, los músculos por fin se relajan como si fueran a dormirse ellos también.
Al rato, o eso creo, abro los ojos pero no logro distinguir nada, sólo claridad. Sigo escuchando los pájaros piar y los llamadores de ángeles, que no pararon de sonar un solo segundo. En vez de la respiración, ahora escucho mi cabeza, que del dolor parece hablar. Fue una noche larga. Ya es de día y no llueve. Los nenes pasan caminando y los carritos de las mochilas hacen que sus ruedas raspen el cemento de la vereda.
Me levanto, agarro mi bastón y me dirijo al baño como cada mañana. No veo, hace 20 años que no veo nada, sólo escucho, imagino, idealizo cómo sería una vida en la que las cosas tuvieran color.

No hay comentarios:

Publicar un comentario